Ayer, hoy y mañana
(Publicado el 12 de noviembre de 2011 en el sitio de la IPNJ Central Pereira)
Esta noche, si Dios quiere, aprovechando el tema juvenil de este mes: «Ayer, hoy y el mañana»; empezaremos el servicio de Jóvenes en nuestra congregación con el siguiente video y luego leeremos el relato que se encuentra más abajo.
Hoy hice un viaje al ayer, a un servicio en una congregación evangélica y me encontré con muchas sorpresas.
El servicio empezaba a las siete, pero quise llegar una hora más temprano y descubrí que el templo no estaba vacío. Había decenas y decenas de hermanos que intercedían fervientemente por el servicio, se escuchaba un sollozo, un ruego, un clamor a Dios Padre para que Él bendijera a su pueblo. Para empezar el servicio, el pastor tuvo que pedir a los hermanos que por favor, pararan de orar.
El tiempo de adoración era digno de recibir ese nombre. Las palmas, panderetas, maracas y voces de cada hermano resonaban en el auditorio mucho más que el sistema de sonido. Se glorificaba a Dios, se exaltaba su nombre, se le daba reconocimiento, gloria, honra y honor. Hubo un momento, mientras cantábamos aquel himno precioso en el que no pude contenerme y así, con lágrimas en mis ojos, le canté desde lo más profundo de mi corazón. Dios se sentía tan cerca, tan palpable, tan real… ¡Tan vivo como siempre!
Luego se dio un espacio para los testimonios. Un hermano dijo que esa misma semana, su hijo había sido totalmente sanado de cáncer y que los doctores no encontraban una explicación lógica, ni científica. Algo sobrenatural había ocurrido. Otra hermana con brillo en sus ojos, decía que su esposo después de 10 años de ser un alcohólico, había tomado la decisión de dejar el alcohol y seguir a Cristo. Uno más, relató que 2 ladrones habían atentado contra su vida y dispararon 5 veces a quemarropa contra su cuerpo, pero milagrosamente, cada bala se había desviado y los ladrones huyeron atemorizados.
Dios no estaba únicamente en el templo. Él estaba en cada detalle de la vida cotidiana. Aún en los problemas y en las situaciones difíciles de la vida. En el rostro de los hermanos se podía ver una profunda fe y confianza de que Dios estaba en control de todas las cosas y quizás por ello, había una gran cantidad de personas dispuestos a bautizarse lo más pronto posible, a entregarle todo a Él, a vivir una vida completamente diferente.
El mensaje esa noche fue tan antiguo como la historia, tan sencillo como respirar, pero tan impactante y profundo como la primera vez que lo escuchamos: Dios nos habló de la muerte y resurrección de Jesús. Fue un viaje al Gólgota, al sufrimiento de Jesús, a entender el amor tan grande de Él para nosotros, que siendo Dios «se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz». Filipenses 2:8. Y luego se celebró la Santa Cena que puedo tratar de resumirla en cuatro palabras: Agradecimiento, perdón, solemnidad y adoración.
Al final del servicio, que a pesar de ser tan largo ni siquiera nos dimos cuenta, muchos amigos, tantos que casi no cabían, pasaron al frente a aceptar a Jesús, a entregarse a Él, producto no sólo de un servicio extraordinario, sino del testimonio de cientos de personas que caminaban en santidad, integridad, rectitud, devoción y búsqueda de Dios cada día de sus vidas.
Pero luego Dios me dijo una verdad que me sorprendió y sacudió. Me dijo que mi viaje no había sido al pasado, sino al futuro, que Él tenía planes de bendecirnos tanto, ayudarnos tanto y estar con nosotros en cada momento de nuestra vida siempre y cuando «prometamos solemnemente que buscaremos a Jehová el Dios de nuestros padres, de todo nuestro corazón y de toda nuestra alma». 2 Crónicas 15:12 (Paráfrasis mía).
¿Lo haremos?